Un extracto del monólogo dictado por el Dr. Francisco Occhiuzzi .... ,
de Jesús María.
En mi opinión ante el alto nivel de corrupción de la clase política argentina, dudo que esta sufra de broncemia.
La broncemia, o acumulación de bronce en la sangre, es una enfermedad
mental grave que se da con gran frecuencia entre políticos, médicos y
físicos; famosos destacados de las élites universitarias argentinas. Los
que la padecen, a medida que pasan los años y el bronce invade la
corriente sanguínea, terminan creyendo que son estatuas de bronce que
están situadas, por sus méritos y para admiración de todos, en las
plazas y espacios públicos.
Se creen dioses, pero son tipejos cargados de soberbia, arrogantes y
aislados que han perdido la noción de la realidad. El enfermo de
broncemia pasa por dos etapas: la primera es el Importantismo, en la
que el infectado por el metal se cree tan importante que nadie es mejor
que él; la segunda es la Inmortalitis, que sobreviene cuando el bronce
ya ha invadido todo su ser, lo que le lleva a sentirse inmortal, un ser
infinito situado por encima de la muerte y del tiempo.
La broncemia se desarrolla, sobre todo, en los ambientes de poder e
intelectuales, siendo sus dos ámbitos más propicios la Política y la
Universidad, sobre todo esta última, donde la arrogancia y la egolatría
inyectan inmensas cantidades de bronce en la corriente sanguínea, que
desarrollan síntomas muy agudos de soberbia y solemnidad, típicos de
la enfermedad. Pero se han observado, en menor medida, casos importantes
en otros estamentos, como la Justicia, el deporte y la empresa.
La edad es un aspecto importante. La broncemia se desarrolla,
generalmente, a partir de los 45 años, pero los casos más severos suelen
producirse entre los 55 y los 65 años. El sexo también es un factor
importante. La enfermedad es más frecuente entre los hombres, pero
últimamente,con el auge del feminismo, los casos de mujeres invadidas
por el bronce son cada día más frecuentes.
Los síntomas más característicos del broncémico son tres: la diarrea
mental, la sordera interlocutoria y el reflejo cefalocaudal. La diarrea le hace hablar sin parar, de cualquier tema, hasta de lo que
desconoce, con solemnidad, escuchándose a sí mismo, como si hablara
desde un púlpito a seres inferiores; la sordera le impide escuchar y
convierte al enfermo de broncemia en un ser desconectado de los que le
rodean; el reflejo cefalocaudal, por último, hace que el broncémico
camine erguido, con la espalda rígida, con apariencia arrogante, como si
fuera un Dios olímpico, quizás por acumulación de bronce en su columna
vertebral.
Aunque la broncemia es una enfermedad antigua, casi tan vieja como el
género humano, nunca se ha extendido tanto como en nuestro tiempo.
Prácticamente todos los ciudadanos conocen a algún broncémico,
fácilmente identificable por sus primeros síntomas: pierde la capacidad
de sonreir, no sabe escuchar y habla sin parar, sobre todo de sí mismo.