miércoles, septiembre 11, 2019

Una nueva crisis económica y van..



Si bien el gobierno de Macri tiene una gran carga de responsabilidad obvia e inevitable, sólo quien no entienda (o no quiera entender) como funciona la economía de un país moderno puede responder “Macri y su gobierno” sin más análisis. Esto también se aplica a Cristina Kirchner, a Carlos Menem, a Raúl Alfonsín y a TODOS los otros gobiernos que hemos tenido los argentinos. El tema es muy complejo y merece ser tratado con respeto, seriedad y conocimiento, al menos haciendo un esfuerzo para eliminar los sesgos que todos tenemos.

Argentina es una democracia republicana. El Poder Ejecutivo tiene cierto grado de acción en su gestión pero requiere del apoyo del Congreso y de las Provincias para que cualquier medida sea implementada en armonía y con posibilidades reales de perdurar en el tiempo. Asimismo, todos los gobiernos miden constantemente su nivel de aprobación y, por ende, consideran el impacto de sus medidas en la población, sabiendo que hay elecciones legislativas cada dos años. Cualquier anuncio o cambio drástico (por más recomendable que sea, quizás, en el largo plazo) muy probablemente redundará en el famoso “voto castigo” que tan bien conocemos los argentinos. Y, dados la profundidad, complejidad y magnitud de nuestros desequilibrios económicos y sociales, nuestro país necesita que las políticas se apliquen consistentemente durante muchos años, independientemente del partido político que esté en el poder.

Macri no asumió en circunstancias de sólida performance macro y superávit fiscal, con empleo productivo en alza y altos niveles de ingreso disponible per capita. No asumió con el PBI creciendo fuertemente, con una industria nacional fuerte y competitiva, produciendo productos y servicios de calidad reconocida para su consumo local e internacional. No asumió con baja inflación, con una base monetaria estable y con una moneda fuerte, ni con tasas de interés en los mínimos históricos, bajo riesgo país y reservas en el Banco Central a nivel récord. Por último, no asumió con una ola de popularidad y con un apoyo universal e incondicional, con una “carta blanca” para implementar lo que quisiera.

Independientemente del porqué (este debate es eterno e infructuoso) la realidad económica objetiva es que la población demanda un nivel de gasto público que no se condice con la capacidad del Estado Argentino para recaudar fondos y financiarlo. Sobran indicadores que muestran que, medidos en términos de PBI, en número de empleados, en cantidad y valor de transferencias, en porcentaje de la población, etc. Argentina tiene un gasto público demasiado grande en términos absolutos y relativos. Esto es cierto, en general, a nivel nacional, provincial y municipal. La realidad es que claramente no podemos financiarlo. No puede Macri y no pudo Cristina. No pudo Perón, no pudo Menem y ni siquiera pudieron los militares, que no tenían que rendirle cuentas a ningún votante.

Macri NUNCA tuvo un mandato popular (ganó “raspando”) y menos aún un apoyo incondicional para implementar medidas pro-mercado. El “jefe” (el electorado) es desconfiado (le sobran motivos para serlo!) y quiere resultados YA, sin costos, sin vueltas, sin sufrimiento. A la primera de cambio, cuando ve que los resultados son escasos, no le alcanzan personalmente o generan dolor (baja de ingresos o, incluso, desempleo) cancela el mandato y busca soluciones “por otro lado”, sin importar la coherencia en el voto, las consecuencias de su acción, etc. Quiere, se merece (cree), soluciones YA.

¿Qué podía hacer Macri?

Su gobierno tenía dos opciones para intentar poner a la Argentina en un camino de crecimiento inclusivo y sustentable, que mejorara la situación de la mayoría de los argentinos y le deparara un éxito político:

  • Ajustar rápidamente el gasto público y esperar que el costo político fuera mínimo, a pesar de aumentar las chances de un voto castigo en 2017, sabiendo que los ajustes drásticos son dolorosos, que el pueblo argentino está cansado de ellos y que nada garantizaba una rápida recuperación económica. Esto sería un caldo de cultivo a revueltas sociales fogueadas por el kishnerismo y tal vez el incendio del país con la vuelta de un 2001, y otro fracaso de crear una alternativa opositora.
  • Ajustar gradualmente y esperar que los inversores (domésticos y extranjeros) se vieran atraídos por el “mejor escenario” local, financiando nuestro crecimiento. Esta medida reduce el costo humano y político inmediato pero no lo elimina: sólo lo distribuye a lo largo del tiempo. Una estrategia de riesgo pero perfectamente alineada con las expectativas de gran parte de la población.

Macri eligió el gradualismo. La estrategia no dio los resultados esperados por su gobierno y adoleció de errores de diagnóstico y ejecución. Esto es irrefutable. Sin embargo, eso no quiere decir que su gobierno es un fracaso y que la estrategia estaba necesariamente equivocada en un todo. Claramente explica, sin embargo, su baja popularidad hoy, el resultado de las PASO y el fuerte incremento de las chances de que no sea re-electo.

Se entiende claramente porqué gran parte del electorado actúa así (nuestra historia lo explica) pero eso no lo justifica. Votarlos porque “Macri fracasó” o porque “me decepcionó” o “es un inútil” no tiene coherencia. Es una reacción emocional, quizás entendible y esperable. Lamentablemente, por este tipo de reacciones es que estamos como estamos. No debería sorprendernos, entonces, que prácticamente SIEMPRE tengamos déficit fiscal.

martes, septiembre 03, 2019

¿Y si gana la fórmula Fernández-Kirchner?

Un futuro gobierno kichnerista, si accede al poder, impulsará un gran cambio en materia de política exterior y de política comercial externa. En política exterior, reemplazará la relación privilegiada con los Estados Unidos, Europa y la América Latina no bolivariana, por la búsqueda de apoyo político, comercial y financiero en Rusia y en China.

Consecuente con esta política exterior, en materia de política comercial externa se abandonará la idea de abrir la economía e integrarla a la economía global. Esto es lo que pregonan los denominados ¨economistas mercado internistas¨ y los industriales que siempre demandan proteccionismo frente a la competencia de las importaciones (de los que Ignacio de Mendiguren es el mejor símbolo).

Aumentos diferenciados en los aranceles de importación, mayores restricciones cuantitativas a las importaciones, aumento de las retenciones agropecuarias, mineras y energéticas e, incluso, restricciones cuantitativas a las exportaciones, pasarán a ser instrumentos de política económica habituales y muy importantes. Junto a los controles de precios y de cambios y los congelamientos de tarifas, las restricciones al comercio pretenderán controlar a la vez el aumento de los precios y la balanza comercial externa, dos frentes en los que las políticas enderezadas a promover el aumento del consumo interno, seguramente van a encontrar severas complicaciones.

Los kirchneristas querrían que al momento del cambio de gobierno el precio del Dólar sea mucho más alto que el actual y que la caída de los salarios, de las jubilaciones y del consumo, en términos reales, sea bastante mayor a la que ya se ha producido como consecuencia de las fuertes devaluaciones ocurridas desde mayo de 2018 hasta abril de 2019.  Sólo así, podrían luego decir, que lograrán una recuperación del poder adquisitivo de trabajadores y jubilados, echando manos, sin complejos, a los controles de cambio para evitar que las devaluaciones continúen.

Si la corrida no se produce antes de las elecciones y el gobierno logra mantener el tipo de cambio, la probabilidad de un triunfo olgado de la fórmula Alberto Fernández Cristina Kirchner disminuye, pero si llegaran a ganar la elección, no tendrían otra alternativa que enfrentar la corrida como primer paso de su gobierno y echarle la culpa de la fuerte devaluación inicial a la herencia del gobierno anterior. Por supuesto, en ese caso iniciarían el gobierno provocando una caída adicional del salario real, de las jubilaciones y del consumo, tal como ocurrió con el gobierno de Duhalde a partir de enero de 2002. Pero los kirchneristas confían que, en ese caso, podrán convencer a la gente que se trata de la consecuencia ineludible de la política del gobierno de Macri, tal como Duhalde logró asignarle la responsabilidad al gobierno de De La Rúa.

Quienes piensan en este tipo de ¨solución¨ inicial al problema del endeudamiento público, estiman que luego de la explosión inflacionaria será posible evitar que ella se transforme en hiperinflación descontrolada. Para ello se piensa recurrir a congelamiento de tarifas, controles de cambio y controles de precios. Los controles de cambio aparecerán en forma simultánea a la decisión de pagar en pesos las LETES y depósitos en dólares y generarán, de inmediato un mercado paralelo para el dólar que inicialmente estará muy alejado de la cotización oficial.

Esta expectativa es totalmente infundada. En 2002 la economía venía de un periodo previo de 10 años sin inflación, no existía indexación y la economía, si bien en estado de fuerte recesión, estaba muy bien capitalizada y contaba con capacidad instalada abundante en los sectores claves de la economía. El default de las deudas internas y externas eliminó por completo el déficit fiscal, porque a lo largo de los 10 años de estabilidad, el déficit primario había sido cero. El déficit primario cero que se espera lograr en 2019 es el resultado de un ajuste fiscal que el kirchnerismo promete revertir.

No tengo ninguna base para predecir cuales serían las consecuencias políticas, pero no es descartable que en tales circunstancias el kirchnerismo responsabilice a Alberto Fernández del descalabro, alegando que aplicó políticas neoliberales y promueva su renuncia para que asuma la presidencia Cristina Kirchner con un ministro de economía de la escuela de Kicillof.

Fuente el blog de Domingo Cavallo