jueves, marzo 10, 2016

La "broncemia", enfermedad propia de la élite intelectual universitaria argentina

Un extracto del monólogo dictado por el Dr. Francisco Occhiuzzi .... , de Jesús María. En mi opinión ante el alto nivel de corrupción de la clase política argentina, dudo que esta sufra de broncemia.

La broncemia, o acumulación de bronce en la sangre, es una enfermedad mental grave que se da con gran frecuencia entre políticos, médicos  y físicos; famosos destacados de las élites universitarias argentinas. Los que la padecen, a medida que pasan los años y el bronce invade la corriente sanguínea, terminan creyendo que son estatuas de bronce que están situadas, por sus méritos y para admiración de todos, en las plazas y espacios públicos.

Se creen dioses, pero son tipejos cargados de soberbia, arrogantes y aislados que han perdido la noción de la realidad. El enfermo de broncemia pasa por dos etapas: la primera es el Importantismo, en la que el infectado por el metal se cree tan importante que nadie es mejor que él; la segunda es la Inmortalitis, que sobreviene cuando el bronce ya ha invadido todo su ser, lo que le lleva a sentirse inmortal, un ser infinito situado por encima de la muerte y del tiempo.

La broncemia se desarrolla, sobre todo, en los ambientes de poder e intelectuales, siendo sus dos ámbitos más propicios la Política y la Universidad, sobre todo esta última, donde la arrogancia y la egolatría inyectan inmensas cantidades de bronce en la corriente sanguínea, que desarrollan síntomas muy agudos de soberbia y solemnidad, típicos de la enfermedad. Pero se han observado, en menor medida, casos importantes en otros estamentos, como la Justicia, el deporte y la empresa.

La edad es un aspecto importante. La broncemia se desarrolla, generalmente, a partir de los 45 años, pero los casos más severos suelen producirse entre los 55 y los 65 años. El sexo también es un factor importante. La enfermedad es más frecuente entre los hombres, pero últimamente,con el auge del feminismo, los casos de mujeres invadidas por el bronce son cada día más frecuentes.

Los síntomas más característicos del broncémico son tres: la diarrea mental, la sordera interlocutoria y el reflejo cefalocaudal. La diarrea le hace hablar sin parar, de cualquier tema, hasta de lo que desconoce, con solemnidad, escuchándose a sí mismo, como si hablara desde un púlpito a seres inferiores; la sordera le impide escuchar y convierte al enfermo de broncemia en un ser desconectado de los que le rodean; el reflejo cefalocaudal, por último, hace que el broncémico camine erguido, con la espalda rígida, con apariencia arrogante, como si fuera un Dios olímpico, quizás por acumulación de bronce en su columna vertebral.

Aunque la broncemia es una enfermedad antigua, casi tan vieja como el género humano, nunca se ha extendido tanto como en nuestro tiempo. Prácticamente todos los ciudadanos conocen a algún broncémico, fácilmente identificable por sus primeros síntomas: pierde la capacidad de sonreir, no sabe escuchar y habla sin parar, sobre todo de sí mismo.