Si bien el gobierno de Macri tiene una gran carga de responsabilidad obvia e inevitable, sólo quien no entienda (o no quiera entender) como funciona la economía de un país moderno puede responder “Macri y su gobierno” sin más análisis. Esto también se aplica a Cristina Kirchner, a Carlos Menem, a Raúl Alfonsín y a TODOS los otros gobiernos que hemos tenido los argentinos. El tema es muy complejo y merece ser tratado con respeto, seriedad y conocimiento, al menos haciendo un esfuerzo para eliminar los sesgos que todos tenemos.
Argentina es una democracia republicana. El Poder Ejecutivo tiene cierto grado de acción en su gestión pero requiere del apoyo del Congreso y de las Provincias para que cualquier medida sea implementada en armonía y con posibilidades reales de perdurar en el tiempo. Asimismo, todos los gobiernos miden constantemente su nivel de aprobación y, por ende, consideran el impacto de sus medidas en la población, sabiendo que hay elecciones legislativas cada dos años. Cualquier anuncio o cambio drástico (por más recomendable que sea, quizás, en el largo plazo) muy probablemente redundará en el famoso “voto castigo” que tan bien conocemos los argentinos. Y, dados la profundidad, complejidad y magnitud de nuestros desequilibrios económicos y sociales, nuestro país necesita que las políticas se apliquen consistentemente durante muchos años, independientemente del partido político que esté en el poder.
Macri no asumió en circunstancias de sólida performance macro y superávit fiscal, con empleo productivo en alza y altos niveles de ingreso disponible per capita. No asumió con el PBI creciendo fuertemente, con una industria nacional fuerte y competitiva, produciendo productos y servicios de calidad reconocida para su consumo local e internacional. No asumió con baja inflación, con una base monetaria estable y con una moneda fuerte, ni con tasas de interés en los mínimos históricos, bajo riesgo país y reservas en el Banco Central a nivel récord. Por último, no asumió con una ola de popularidad y con un apoyo universal e incondicional, con una “carta blanca” para implementar lo que quisiera.
Independientemente del porqué (este debate es eterno e infructuoso) la realidad económica objetiva es que la población demanda un nivel de gasto público que no se condice con la capacidad del Estado Argentino para recaudar fondos y financiarlo. Sobran indicadores que muestran que, medidos en términos de PBI, en número de empleados, en cantidad y valor de transferencias, en porcentaje de la población, etc. Argentina tiene un gasto público demasiado grande en términos absolutos y relativos. Esto es cierto, en general, a nivel nacional, provincial y municipal. La realidad es que claramente no podemos financiarlo. No puede Macri y no pudo Cristina. No pudo Perón, no pudo Menem y ni siquiera pudieron los militares, que no tenían que rendirle cuentas a ningún votante.
Macri NUNCA tuvo un mandato popular (ganó “raspando”) y menos aún un apoyo incondicional para implementar medidas pro-mercado. El “jefe” (el electorado) es desconfiado (le sobran motivos para serlo!) y quiere resultados YA, sin costos, sin vueltas, sin sufrimiento. A la primera de cambio, cuando ve que los resultados son escasos, no le alcanzan personalmente o generan dolor (baja de ingresos o, incluso, desempleo) cancela el mandato y busca soluciones “por otro lado”, sin importar la coherencia en el voto, las consecuencias de su acción, etc. Quiere, se merece (cree), soluciones YA.
¿Qué podía hacer Macri?
Su gobierno tenía dos opciones para intentar poner a la Argentina en un camino de crecimiento inclusivo y sustentable, que mejorara la situación de la mayoría de los argentinos y le deparara un éxito político:
- Ajustar rápidamente el gasto público y esperar que el costo político fuera mínimo, a pesar de aumentar las chances de un voto castigo en 2017, sabiendo que los ajustes drásticos son dolorosos, que el pueblo argentino está cansado de ellos y que nada garantizaba una rápida recuperación económica. Esto sería un caldo de cultivo a revueltas sociales fogueadas por el kishnerismo y tal vez el incendio del país con la vuelta de un 2001, y otro fracaso de crear una alternativa opositora.
- Ajustar gradualmente y esperar que los inversores (domésticos y extranjeros) se vieran atraídos por el “mejor escenario” local, financiando nuestro crecimiento. Esta medida reduce el costo humano y político inmediato pero no lo elimina: sólo lo distribuye a lo largo del tiempo. Una estrategia de riesgo pero perfectamente alineada con las expectativas de gran parte de la población.
Macri eligió el gradualismo. La estrategia no dio los resultados esperados por su gobierno y adoleció de errores de diagnóstico y ejecución. Esto es irrefutable. Sin embargo, eso no quiere decir que su gobierno es un fracaso y que la estrategia estaba necesariamente equivocada en un todo. Claramente explica, sin embargo, su baja popularidad hoy, el resultado de las PASO y el fuerte incremento de las chances de que no sea re-electo.
Se entiende claramente porqué gran parte del electorado actúa así (nuestra historia lo explica) pero eso no lo justifica. Votarlos porque “Macri fracasó” o porque “me decepcionó” o “es un inútil” no tiene coherencia. Es una reacción emocional, quizás entendible y esperable. Lamentablemente, por este tipo de reacciones es que estamos como estamos. No debería sorprendernos, entonces, que prácticamente SIEMPRE tengamos déficit fiscal.