Muchos nos burlamos cuando Alberto el Conciliador dijo que el suyo sería un "gobierno de científicos". Pasados nueve meses, empiezo a creer que era cierto.
Permítanme explicarme: Contrariamente a la creencia popular, un científico no es un sabio. Es una persona que sabe mucho, muchísimo sobre UN tema determinado dentro de UNA rama específica del conocimiento. Esto significa que un excelente biólogo molecular puede no saber nada de historia. Un brillante sociólogo puede ignorar las nociones más elementales de física. Una destacada antropóloga puede no entender absolutamente nada de seguridad ciudadana. Sobre el resto, puede ser tan ignorante como cualquiera. Un científico también puede estar afectado por el Síndrome de Salamidad Paradójica. Esto es, puede tener uno o más doctorados, haber recibido becas internacionales, ser un reconocido investigador en su campo, y aún así ser un salame. Por otro lado, así como solemos decir que un carpintero pretende arreglar todo con un serrucho, algunos científicos tienden a ver todo bajo el lente de su especialidad: baste como ejemplo el fallido intento de abordar una pandemia consultando exclusivamente a infectólogos. Pero de todos los rasgos que suelen caracterizar a los científicos, el más peligroso para un gobierno es la problematización de TODO. La ciencia no se trata tanto de encontrar respuestas como de formular preguntas. El problema es que gobernar es otra cosa. La consecuencia de esto es un enfoque inquisitivo y experimental ante cuestiones que el resto de la humanidad ya resolvió hace rato. Filminas donde se necesitan recursos, hipótesis donde hacen falta soluciones, y 45 millones de cobayos en un laboratorio delirante. Nuestros científicos publican papers que explican por qué la emisión no genera inflación, pero los precios siguen subiendo. Dan conferencias sobre el fracaso del punitivismo, pero sus experimentos de reinserción social nos roban las zapatillas en las esquinas. Somos víctimas de un exceso de científicos. Necesitamos un bombero y tenemos a cuatro tipos que se sientan a disertar sobre las alteridades y la otredad en la semiología ontológica del fuego. Por eso, queridos gobernantes, les suplico: alejémonos un poco de la ciencia, y volvamos al viejo y querido sentido común.
Pablo Demarchi
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