jueves, junio 14, 2018

Argentina es un país insoportable


Los fanatismos nos identifican, nos muestran tal cual somos. Queremos que el otro piense como uno, nunca permitimos que tenga sus propios argumentos. Básicamente, porque es uno el que tiene la razón. “¿Cómo vas a pensar de tal o cual manera?”, nos decimos, como si se tratara del fin del mundo. Un apocalipsis que nunca termina de suceder, pero que todo el tiempo está latente. No escuchamos, solo hablamos y hablamos. Siempre con prejuicios y preconceptos que de antemano sabemos que jamás vamos a quitarnos de la cabeza. Sin embargo, solemos decir que nos gusta debatir. Es mentira. Nos gusta imponer ideas, unos a otros. Lo hacemos salvajemente, apelando a la cruda agresión verbal. Está claro: somos argentinos, inventores del dulce de leche, pero también de la maldita “grieta”. Lo antedicho viene a colación del tema aborto, donde una legión de fanáticos intentan imponer/imponerse/imponernos posiciones dogmáticas, de un lado y del otro. No hay manera de discutir de tal manera. Porque el fanático es un tipo “chipeado” de antemano, que cree tener la verdad de su lado y no está dispuesto a escuchar otros argumentos. ¿Sabrán esa manga de sectarios que ni siquiera los científicos se ponen de acuerdo respecto de los puntos centrales de este debate? En lo personal, me hartaron los fundamentalistas del aborto. No los soporto más, y lamento que mis propios conocidos y amigos sean "muestrario" de semejante inconducta. Esperaba mucho más de todos ellos, algo de racionalidad. Lo mínimo acaso. Lejos de concitar mi atención, me provocan terror. Parecen zombis, que se mueven con la pulsión de quien no tiene cerebro. Caminando apenas por reflejo. Repitiendo consignas que, de tanto pronunciarse, parecen vacías.

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